Tejadita: viajero y sibarita

Artista: Hernando Tejada

Curaduría: William Contreras Alfonso

A través de sus cientos de piezas, Hernando Tejada nos permite penetrar en un sitio extraño en el que una frondosa vegetación rebosante de animales puebla la tierra, donde enormes mujeres talladas en madera y profusamente decoradas de barroquismos pirograbados prestan sonrientes sus servicios como teléfono, armario, jaula o atril; mientras juguetones gatos de ojos intensos nos miran con complicidad y misterio.

La obra de Tejadita se configura en relación directa con la realidad. Su creatividad lograba que esas alocadas invenciones interactuaran con su vida cotidiana y hablaran, desde su aparente “chifladura”, del mundo en el que el artista estaba inmerso. Así, su arte lograba penetrar y reformar su entorno. Su obra no solamente es chiste y ensoñación, mucho más que eso, representa una empresa tenaz de unir arte y vida llevada a unos alcances inéditos en el panorama artístico colombiano.

Sobre la identidad festiva de su obra, es también notorio que su apodo “Tejadita”, como era conocido afectuosamente por su famosa y corta estatura, reflejara su actitud cálida y risueña. Cuando aún hoy un solemne título de “maestro” o “maestra” es usado para referirse a los artistas que gozan de cierto respeto o relevancia para la historia del arte local, el diminutivo de Tejada no es un apelativo que riña con su reconocimiento como uno de los protagonistas de la historia artística colombiana. Al contrario, el seudónimo tiene relación directa con la particular gracia y atrevimiento con los que enfrentaba la vida, trae a la mente su chispa y particular soltura que hacen tan característica su obra. El diminutivo en este caso es sinónimo de grandeza.

Travesía y fantasía

La obra de Hernando Tejada pareciera dividirse en dos grandes ámbitos mentales. Por un lado, su constante ensoñación de mundos posibles, que se expresa en la visión idealizada de la mujer y su interés por los viajes celestes, acude a la fantasía para abrir nuevos horizontes a la narración de la vida diaria. Por otro lado, un afán viajero y curioso lo empuja a hacer un reconocimiento de asentamientos marítimos y selváticos en la isla de San Andrés, Tumaco, Cartagena y a lo largo de casi toda la costa colombiana. Dos impulsos que se perciben en toda su obra, travesía y fantasía, encaminan a Tejada en dos distintas sendas, una que mira hacia adentro, a sus propios sueños, y otra que se esfuerza en reconocer lo exótico y extraño, buscar lo foráneo, sensibilizarse a lo que está afuera.

Su ímpetu vivaz es notorio en el tratamiento que le dio a su tema más copioso: la representación de la belleza de la mujer. Si bien realizó románticos y delicados retratos de sus amigas y conocidas a lo largo de su vida, son las representaciones de esculturales mujeres, cómodas en su desnudez y de mirada y postura fuertes, las que se convirtieron en su ícono distintivo. Estas jóvenes, revestidas de una sensualidad libre y de gran disfrute, son herederas de cambios sociales profundos de la época gestados gracias a la revolución sexual que iniciara en los años cincuenta y que clamaba por la reivindicación del cuerpo, por un reconocimiento de la carnalidad como parte integral de la condición humana y por la redefinición de los roles de género.

La relación entre la tecnología y la representación de mundos alternativos cercanos al sueño fue una constante en sus proyectos. Elaboró mecanismos sin sentido y obras interactivas con piezas motoras que parecían responder a complicadas tareas, aunque en realidad no cumplían ninguna función más allá que la de maravillar como objetos de contemplación. Esculturas como El organillero (1976) introducen piezas giratorias y sonido para hacerlas móviles y musicales, integrando diferentes experiencias sensoriales en una misma obra de arte para que llegue a ser una experiencia visual, sonora y corporal.

Para conocer al Tejada viajero es necesario examinar cuidadosamente su trabajo en dibujo, sobre todo su archivo personal conservado por el Museo de Arte Moderno de Medellín que contiene ejercicios sueltos y libretas de viaje. Este archivo, que consta de más de 3000 folios y aproximadamente 65 libretas, da cuenta del trabajo constante de ejercicios a lápiz y tinta que el artista practicaba diariamente como reconocimiento de su entorno. Merecen especial énfasis las libretas y dibujos que guardan los apuntes de sus visitas al mar. Su minuciosa entrega al dibujo de la flora costera, frondosa y abundante, se complementa con múltiples estudios de los animales de la región como tiburones, conchas de caracoles, sapos y pájaros. El artista en este caso particular no buscaba crear una nueva realidad sino atesorar la que habitaba en aquél momento.

Muchos años después, tomando como inspiración de nuevo sus travesías en las costas, Tejada empieza a trabajar en un grupo de esculturas en madera que interpretan la forma del manglar, sus complejos amasijos de raíces y la fauna que los puebla. Este conjunto de piezas, realizado entre 1995 y 1998, son tallas en madera particulares por su naturaleza como objeto tridimensional construido a partir de líneas y los juegos de espacio negativo que se exploran en el amasijo de sus raíces. Estos elementos convierten a las esculturas en una suerte de dibujos espaciales, obras en las que el pensamiento que usualmente ocupa el plano bidimensional está expresado aquí desde un problema volumétrico.

El arte y la vida

La obra de Hernando Tejada es vanguardista dentro de la historia del arte colombiano porque propone a la unión entre arte y vida de una manera única a través de dispositivos y estrategias novedosas para las artes plásticas de nuestro país. Interesado en ir más allá del objeto como dispositivo artístico y enfocándose en la experiencia del público, su trabajo encuentra muchos paralelos con el pop art y el arte de acción que se estaban gestando por esa misma época en Inglaterra y Norteamérica. Esta cercanía se evidencia en su estudio de la estética popular y su interés por objetos corrientes como índices culturales de la manera de vivir de una sociedad.

Desde su misma personalidad míticamente histriónica ya el artista hacía difuso el límite entre las dualidades arte – vida y erudición – ingenuidad, demostrando que dichas fronteras pueden ser inexistentes. Resulta particularmente importante resaltar la manera en que su gusto por el detalle, la exquisitez de la factura, el afán por enaltecer el humor como una manera inteligente de obrar y la entrega diaria a hacer del mundo un lugar más interesante son propias de su trabajo. Como pocos, Tejada plantó su postura desde un regocijo muy personal, donde sus aficiones más particulares y sus impulsos de búsqueda lo llevaron a colaborar en la creación de un lugar que lo pudiera maravillar.

Curador: William Contreras Alfonso

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