Nuestra historia
Texto por: Alejandro Martín Maldonado
El Museo La Tertulia, fundado en 1956 por Maritza Uribe de Urdinola, es hoy en día una institución emblemática para la ciudad de Cali y un referente de las artes plásticas del país.
La Tertulia cuenta con una colección de cerca de 2000 obras de arte americano, exhibida en distintas exposiciones temáticas y monográficas en las Salas de la Colección. Con un variado programa de exhibiciones y un componente educativo y cultural articulado y coherente con la región, el Museo se ha caracterizado por ser un escenario para las distintas prácticas culturales y la apropiación social de las prácticas artísticas, enriqueciendo la experiencia de las más de cien mil personas que lo visitan cada año.
La sede actual, en el margen del Río Cali, cuenta con una diversidad de salas de exhibición, un auditorio-cinemateca, un teatro al aire libre, varios espacios de talleres y salas didácticas, y un amplia área de jardines abierta al público. Esta serie de espacios se fueron construyendo bajo el liderazgo de un equipo que siempre quiso estar a la altura de su tiempo y superar los límites asignados tradicionalmente a la provincia. La historia no ha sido fácil y libre de vaivenes, pero gracias al apoyo de cientos de individuos e instituciones, el Museo ha sabido reinventarse varias veces y forjarse un nombre con una identidad muy marcada.
Este enorme complejo cultural tuvo su origen en 1956, cuando un grupo de gestores e intelectuales caleños interesados en la política, el arte y la cultura, liderados por Maritza Uribe Urdinola, crean La Tertulia en una casona del tradicional barrio de San Antonio. Con el tiempo se consolida como uno de los espacios más importantes para la ciudad dedicados a la cultura (en particular a la literatura, el cine y las artes plásticas), lugar de encuentro en la ciudad con muchos de los más importantes personajes del momento: Marta Traba, Borges, Obregón, etc.
En 1968, y bajo el espíritu general de modernización y crecimiento en la ciudad, se constituye como Museo de Arte Moderno, al mudarse a un nuevo espacio en el margen del Río Cali, el antiguo Charco del Burro. Allí se construyó un edificio diseñado para cumplir los requerimientos técnicos de las exposiciones, siendo el primer Museo de Arte Moderno en el país en construir su sede. En 1971, simultáneamente con los Juegos Panamericanos, tiene lugar en La Tertulia la primera Bienal Americana de Artes Gráficas, para la cual se construyó una nueva sala de exposiciones temporales. El gran éxito de esta primera Bienal le daría un carácter internacional al Museo, y alimentaría la colección de arte con obras gráficas de todo el continente.
En 1975 se fundaría el Auditorio, que pronto se convertiría en Cinemateca, acogiendo el espíritu cinéfilo de la ciudad en los años 70 y 80. Durante esos años, el crecimiento de La Tertulia continuaría con espacios como los Talleres infantiles, el Taller Escuela (con la residencia, la tienda, y el taller de grabado). Todas estas nuevas construcciones señalarían que el interés del Museo se dirigía no sólo a las exposiciones, sino que tanto la producción como la educación hacían parte fundamental de la misión de la institución. Donde seguía primando la idea original de La Tertulia, de configurar un espacio de encuentro plural y abierto.
Un museo atento a los nuevos tiempos
Dos exposiciones colectivas marcarían el espíritu de cambio de década: “Arte de los 80” (1980), con curaduría de Álvaro Barrios y “Actitudes plurales” (1983) con curaduría de Miguel González. Las dos señalan la entrada de una nueva figura al campo del arte colombiano: el curador, que concibe, escoge y pone en relación una serie de obras para plantear un argumento.
La exposición de los 80 recogía obras de artistas como Adolfo Bernal, Alicia Barney, Álvaro Erazo, Raúl Marroquín, Sara Modiano, Jorge Ortiz y Patricia Gómez, quienes desde operaciones conceptuales y nuevos medios se integraban a los nuevos movimientos internacionales que rompían con los formatos tradicionales del arte. La segunda, que incluía trabajos de Julián Castellanos, Becky Meyer, Patricia Bonilla, Julián Posada y Alicia Barney, daba cuenta de una nueva forma de asumir el arte y de materializar las actitudes críticas frente a la sociedad.
Con estas propuestas, los nuevos “rectores” del arte comenzaban a reemplazar el “canon” establecido por Marta Traba, cuestionando sus postura que siempre se mantuvo muy escéptica de estas nuevas corrientes, sobre todo originadas en Estados Unidos. Estas dos exposiciones fueron muy cercanas, y compartían muchos de los artistas que Eduardo Serrano a su vez exhibía en los “Salones Atenas” que realizaba en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, el espacio experimental paradigmático de la época.
Y todos en sintonía con el evento que marcó ese momento para la historia nacional: el Encuentro de Arte no-Objetual (1981) en Medellín, convocado por Alberto Sierra quien ejercía como curador del Museo de Arte Moderno de Medellín. Allí se alternaron performances con un discusiones de los mejores teóricos latinoamericanos que elaboraban sobre las maneras de re-pensar el arte desde estos territorios.
Con el tiempo se consolida con uno de los espacios más importantes para la ciudad dedicados a la cultura (en particular a la literatura, el cine y las artes plásticas), lugar de encuentro en la ciudad con muchos de los más importantes personajes del momento.
Adaptaciones y luchas contra el terreno
Durante esos años, el crecimiento de La Tertulia continuaría con la ampliación de la Sala fundacional para crear más espacio para bodegas y oficinas, y con la construcción en 1983, en la parte posterior, de un Taller Infantil. Junto con el Taller Escuela, estas nuevas edificaciones señalarían que el interés del Museo se dirigía no sólo a las exposiciones, sino que tanto la producción como la educación hacían parte fundamental de la misión de la institución.
En 1984 un accidente natural pondría en crisis el Museo. Un diluvio torrencial hizo que el río Cali se desbordara e inundara la Sala Subterránea donde estaba buena parte de la Colección, mucha de ella en papel. Varias obras de la Colección resultaron afectadas, algunas de ellas se perdieron, incluso obras que estaban en préstamo. Y fueron múltiples las afectaciones del edificio que obligaron a hacer costosas reparaciones.
Para enfrentar las dificultades fue clave el apoyo de los artistas, que no solo estuvieron prestos a ayudar en la limpieza de las obras, sino que donaron trabajos suyos para hacer una venta para sustentar los gastos. Se evidenció como con los años se había construido una sólida relación con los artistas que sentían como propia la institución.
En los 80 puede verse cómo van creciendo las escuelas de arte y son cada vez más los artistas jóvenes que compiten por un espacio en los museos. Como respuesta, tienen lugar en el Museo los Salones de Arte Joven – Marta Traba – donde puede verse ya cómo a las nuevas prácticas que quieren romper con los formatos se contrapone una vuelta de la pintura, impulsada por corrientes como la transvanguardia italiana.
La curaduría de Miguel González
En esta década de los ochenta se consolida la relación del Museo con Miguel González que pasa de colaboraciones con textos para la prensa en la Bienales, y de la organización de muestras específicas, a ser parte de la planta de la institución como curador oficial.
González, asiduo visitante de La Tertulia desde muy joven, y crítico de arte autodidacta que desde la prensa comentaba la actividad artística nacional, se había iniciado como curador en Ciudad Solar, espacio que reunió mucho del espíritu más renovador de la ciudad a comienzos de los años 70. Si bien allí solo ejerció por dos años, hizo parte fundamental es ese hito de la historia de la ciudad donde dio lugar a las primeras exposiciones individuales de Oscar Muñoz y de Fernell Franco, y exhibió muchos de los artistas más importantes del momento.
Luego continuaría su trabajo en el Club de Ejecutivos y en la Sala de Exposiciones en la Universidad del Valle, siempre siguiendo muy de cerca el trabajo de los artistas de la ciudad. González se convertiría en los años ochenta en uno de los críticos y curadores más destacados del país participando como jurado en diversos eventos nacionales como los Salones de artistas e internacionales como la bienales de Cuenca, Cuba y Sao Paulo, entre muchos otros.
Los distintos frentes artísticos
Los años ochenta serán también un momento muy interesante para la práctica fotográfica al interior del campo del arte. Una de las exposiciones destacada de la década sería la dedicada al Frente Fotográfico Femenino (1987), que incluyó el trabajo experimental de: Mercedes Sebastián, Beatriz Torres, Karen Lamossone, Mónika Herrán y Silvia Patiño.
Y al tiempo que se normalizaban las nuevas práticas, se vivía una vuelta de la pintura. La exposición Nueva pintura abstracta colombiana (1989), recogería el trabajo de quienes experimentaban a fondo con las posibilidades del medio a finales del siglo XX: Danilo Dueñas, Luis Fernando Roldán, Carlos Salas, Santiago Uribe y Luis Fernando Zapata.
En los noventa se consolida la instalación como formato, en la medida en que los artistas proponen trabajar con el espacio expositivo como materia fundamental para desarrollar sus obras. La exposición que expresa mejor este nuevo momento es Pulsiones (1993), curaduría de Miguel González que reúne varios de los artistas que van a marcar el derrotero para el arte contemporáneo en el país: Fernando Arias, Alicia Barney, Marta Combariza, María Dolores Garcés, Becky Mayer, Óscar Muñoz, Juan Andrés Posada, José Alejandro Restrepo, Miguel Ángel Rojas, Doris Salcedo, Elias Heim y Pablo Van Wong.
De todos ellos es Elías Heim quien desarrolla una relación más íntima con los espacios del Museo La Tertulia y para quién las instalaciones realmente parten del análisis de el propio espacio y de una crítica a la lógica de su funcionamiento como museo: en particular, el modo en que los objetos cambian de estátus. En su exposición individual en 1994 va a proponer obras de gran formato como el “Extractor de atmósferas acumuladas”, el “Perforador automático de museos” y “Ecos de un juego veneciano”, todas grandes máquinas que absorven, perforan, expulsan los vestigios de todo lo que ha podido suceder en el museo y trazan paralelos con lo que sucede en los grandes espacios del arte (Venecia, Paris, Kassel) que por lo general se quieren emular desde una ciudad marginal como Cali.
Un caso singular es la exposición en la que es un artista de Cali quien viene a ejercer como curador en lugar de González es Imaginario (1996), en donde Óscar Muñoz viene a cumplir ese rol e invita jóvenes artistas como Jorge Acero, Miguel Böhmer, Wilson Días y John Edward González. Ellos se han educado ya en un contexto donde las prácticas artísticas ya rompieron de base con los formatos tradicionales, y plantean una actitud juguetona y atenta a la magia que tiene lugar en el arte.
El desarrollo de la Colección
A partir de todas estas exposiciones, Miguel González invita a los artistas a donar obras al Museo, que entran a enriquecer la colección. Y, periódicamente, según ciertas categorías precisas “Obra tridimensional”, “Maestros latinoamericanos”, “Pintura colombiana”, se hacen montajes de la Colección que dan cuenta de la amplitud que se ha venido recogiendo por décadas. Este crecimiento de la Colección cada vez va presentando más la necesidad de nuevos espacios de bodegaje y de exhibición para la misma. Durante el cambio de siglo, se adquiriría finalmente el lote de la esquina y se conseguirían los recursos para construir un nuevo edificio mucho más grande que los anteriores. De nuevo sería Manolo Lago el encargado de su diseño, y plantearía un edificio de tres pisos y amplios espacios.
En 2001 se inaugura el edificio con una gran muestra de pintura y escultura de la colección. Sin embargo, la aguda crisis económica y social de la ciudad, marcada por las décadas de auge y decadencia del narcotráfico, llevaría también al Museo a un tiempo de crisis, con grandes retos para su financiación y sostenimiento.
En 2004 murió Maritza Uribe Urdinola quien lideró desde un comienzo la institución, marcándola con su coraje, su dedicación al arte y la cultura, y la apertura a todas las formas de expresión. Se plantearía un gran reto para el Museo de rediseñarse como institución para enfrentar los retos de un nuevo milenio, ante la crisis económica y sin la directora que había regido su destino desde hacía medio siglo.
El Festival de performance, arte en tiempos de crisis
De todos modos, y en un ambiente de grandes dificultades, Cali continuó siendo un escenario de gran vitalidad para el arte. El Festival de Performance surgió en 1997 como una iniciativa de Juan Mejía y Wilson Díaz cuando eran profesores del Instituto de Bellas Artes y sumaron a varios de sus alumnos. Pronto se configuró el colectivo Helena Producciones que asumió el Festival como un proyecto, que cada año fue creciendo y probando que el performance era una disciplina de gran capacidad para asumir los múltiples cruces e indefiniciones que enfrentaba el arte en ese momento. Y en particular, las posibilidades de esta disciplina en un contexto latinoamericano donde se emborronan muchas de las categorías establecidas.
El Festival se tomó el Museo en 1999 para su tercera versión con una muestra de performances y una serie de conferencias. El hecho de hacerlo en el Museo marcaba de modo fuerte su concepción, en la medida en que los dos anteriores habían sido realizados en espacios no convencionales y entrar al museo implicaba poner en tensión el espíritu trasgresor del festival con la lógica institucional del espacio. Y muchas de las acciones tomaban como punto de partida esa encrucijada; es más, un inspirón un anónimo que circuló cuestionando la relación con el museo.
Una obra que quedaría para la historia fue la acción “Mugre”, de Rosenberg Sandoval, “El artista, con la suciedad de un indigente usado como carboncillo, trazó una raya. El público dejó de ser pasivo y se abalanzó al performista, en reacción por haber utilizado al indigente.” Una versión sobre lienzo de esta obra entraría a hacer parte de la Colección. El quinto Festival (2002) sería ya un gran evento internacional y será recordado por el escándalo mediático que causó la acción de Pierre Pinocelli, quien se cortó una falange para escribir con sangre en las paredes de la Sala Subterránea. Ese año será recordado por el rompimiento de la negociación entre el gobierno y la guerrilla FARC y por el secuestro por parte de la guerrilla de Ingrid Betancourt. Secuestro que fue el que
inspiró la acción del artista francés como modo de protesta y solidaridad. Pinocelli, en acto simbólico, donó su dedo al Museo. Sin embargo, el dedo fue retirado del Museo por Miguel González quien se ha ocupado de su cuidado.
González incorporó el rol que le atribuía el festival y “actuó” como representante de la institucionalidad del arte, tanto dando conferencias, como “celebrando” los rituales de sacralización/desacralización propuestos por los artistas.
Una transición en el cambio de milenio
Durante estos años de transición, la actividad del Museo se redujo y las crisis económicas e institucionales le hicieron perder el brillo de otros años. De todos modos, siguió pendiente de la actividad artística de la ciudad, y tuvieron lugar exposiciones de artistas que vendrían a ocupar un lugar fundamental en el campo local: Jose Horacio Martínez (1998), Pablo van Wong (1998), Carlos Andrade (1998), Wilson Díaz (1998), Guillermo Marín (1999), Carmen Espinosa (1999), Juan Mejía (1999), Miguel Böhmer (2000), Ángela Villegas (2000), Jaime Franco (2004), Leonardo Herrera (2005), Gustavo Hansson (2005), Diego Pombo (2005), Martha Posso (2007).
Dada la importancia del performance en el momento, y por la potencia de sus acciones y la revisión crítica de González hace de las mismas, resulta muy importante la exposición de Rosemberg Sandoval, Sobre la muerte, en el 2000.
A mediados de la década, el museo inicia un proceso de rediseño institucional, se distancia de la actividad local, y no tiene recursos para realizar proyectos internacionales. La falta de recursos hace muy difícil el trabajo de sus funcionarios. Y Miguel González sale de la institución dejando su lugar a Elías Heim.
Por periodos cortos, acoge proyectos independientes como Espacio Temporal, liderado por Jose Horacio Martínez, que invita artistas locales e internacionales, intentando dar algo de movimiento a un museo que se siente muy quieto. Sin embargo, esta iniciativa no dura mucho tiempo.
La nueva dirección, por parte de Maria Paula Álvarez se concentra en sacar adelante un plan de re-estructuración ambicioso que busca renovar todos los espacios y ponerlos al día según los requerimientos técnicos del momento. El reto más grande es rediseñar el nuevo edificio de tres pisos, que en su concepción original con un gran vacío interior y con una gran claraboya no respondía a los requerimientos de las exposiciones contemporáneas. Elías Heim acompaña el proceso de re-diseño del espacio e inicia una revisión histórica de la colección y los archivos del Museo.
Producto de la investigación de Heim es la exposición “Museo La Tertulia, 54 años de historia” (2010), que revisa los procesos de la institución, sobre todo en relación con los distintos espacios que ha ocupado: cómo estos han respondido a los requerimientos del momento y cómo han sido transformados en el tiempo según los cambios en las prácticas y necesidades. Identifica bien los requerimientos de los distintos espacios para tener un museo renovado, y de la mano de asesores museográficos hace una propuesta técnica y apropiada para el edificio de la colección. Sin embargo, el proyecto curatorial de Heim con la colección nunca cristaliza en una exposición.
Se contrata como investigadores a los miembros del colectivo curatorial En un lugar de la Plástica: Nicolás Gómez, Julián Serna y Felipe González, quienes vienen de realizar distintas curadurías históricas en Bogotá, en particular, la concepción de la sala de arte moderno en el Museo Nacional. Ellos proponen un guión temático para los tres pisos del edificio, y en un trabajo detallado con el museógrafo José Vidal, llevan a cabo una gran exposición que deja ver la amplitud y riqueza de la Colección. Esta se inaugura con una campaña importante de difusión, y convocando de nuevo a los artistas incluídos en la colección.
Acompañada de un serio programa educativo, el Museo replantea con fuerza su relación con la ciudad.
Una nueva etapa
La temporada de fin de año 2014-2015 señalaría la llegada de una nueva dirección para el Museo La Tertulia, bajo la tutela de Ana Lucía Llano Domínguez quien entraría a regir la institución a comienzos de 2014. Con el apoyo de la Alcaldía, ese diciembre el Museo abriría al público una ambiciosa agenda de exposiciones, laboratorios, talleres, conciertos y actividades en el espacio público que buscarían posicionar un museo renovado ante la ciudad.
Se inaugura la exposición Tejadita, viajero y sibarita, con curaduría de William Contreras, una mirada desde una sensibilidad contemporánea de la obra del clásico caleño. Y se monta el proyecto “Territorio en discusión”, en el que la curadora Yohanna Roa plantea una muy inteligente mirada a la Colección del Museo a través de la invitación a artistas contemporáneos a inspirarse en obras de la misma para proponer grandes intervenciones en los jardines del Museo. Instalaciones ambiciosas de Mario Opazo, Adrián Gaitán y Henry Salazar marcarían un nuevo momento para el museo.
Yo llegaría como curador en este nuevo momento y acompañaría el montaje de esas exposiciones. Fue muy emocionante sentir los nuevos aires del Museo y sentiría el gran reto acompañarlo en esta nueva época.